Qué no te daría yo... por 52 minutos

Una de las canciones que, bajo mi opinión, alcanza el mérito de poema musical rezaba así: "Qué no daría yo por contemplarte, aunque fuera un solo instante ...".

El martes conseguimos encontrar las listas de los participantes en las colonias del pasado verano y el rostro de Renda se iluminó con la posibilidad de que fuera posible localizar a los hermanos Navidad  y hacerles una visita para llevarles un detalle preparado con mimo hace semanas en Tres Cantos y, más importante aún, comprobar que los niños siguen sonriendo.

Entretanto, Isa equilibró la severidad con una sonrisa pícara para dictaminar que fuera yo a hablar con los padres de Giovanna, y me asegurara que le iban a dar permiso para venir a El Molinillo, finca de campamentos distante unos 30 kms de Linares y que condensa todos los sueños realizables para un niño de estas barriadas en Linares.

Renda entró ayer no menos de media docena de veces en el despacho con gesto prudente y rostro comprensivo, pero firme, para advertir, en cada una de ellas, que teníamos que llamar a los padres de los niños Navidad. En la última de ellas comprendió en mi gesto que el resto de las urgencias daban ocasión a su petición.

Con agilidad viene a la mesa y anticipa un gracias. Cuatro llamadas a teléfonos que o no responden o que han debido causar baja en la compañía telefónica, no quiero saber por qué causas. Renda resopla abatida. Sin perder la palabra de agradecimiento, siente como plazo la marcha mañana a El Molinillo como el final de sus oportunidades. En mi interior me reservo muchas alternativas que podríamos valorar.

Un número desconocido devuelve una llamada que genera un respingo en Renda antes de salir: la tía de los niños nos dice que hablará con sus padres. 

Por el cristal de la puerta se advierte a Renda participando en una conversación. Ha buscado un sitio estratégico para no perderse cualquier movimiento por mi parte, que pueda ser susceptible de que la esperada llamada por fin se haya producido. Y, desde lo lejos, se intuye que tendrán que volver a contarle la conversación cuando su atención no esté ocupada por los niños Navidad.

20 minutos de espera tensa que concluyen con la llamada de Paquito, su papá. Muy amables, anuncian su llegada en media hora para que puedan encontrarse. Renda sale entre brinquitos del despacho directa a la mochila para recoger los regalos de los niños.

Ahora soy yo el pendiente. No me perdería por nada del mundo tal encuentro. Los padres se han adelantado al plazo ofrecido y en apenas quince minutos me avisan de que una familia pregunta por una monitora. No hace falta ir a buscarla: ella ya corre hacia la puerta.

El encuentro no era forzado. Los niños acortan la distancia con otra carrera para colgarse a su cuello.

Saludo a los padres y me hago espectador de unos minutos inolvidables de abrazos y susurros callados. Los padres, encantadores, sugieren la posibilidad de dar un paseo y volver luego a recogerlos para que puedan disfrutar juntos. Volverán a las 22.00. ¡52 minutos! Es una eternidad regalada... Dentro del patio, los niños reconocen a otros monitores que participan de la alegría de un reencuentro.

Me quedo fuera. Marta tiene un disgusto enorme... Se está despidiendo de uno de los pocos niños que no vendrán a El Molinillo... Los responsables de Linares nos informan de sus problemas cardiacos y de los cuidados que necesita que desaconsejan pasar dos noches fuera... Pero Marta acaba de dictaminar su desconfianza sobre la medicina y el mundo adulto en general, y se niega a ver la razonabilidad de la decisión. Qué no daría ella por que el niño disfrutara de los dos días en El Molinillo: no menos que Renda por sus 52 minutos.

Isa regresa con gesto grave. Esta mañana no conseguí ver a los padres de Giovanna. Dormían mientras mi visita. Esta tarde tampoco ha habido suerte y teme que, a diferencia de sus hermanos varones, ella no tenga el permiso: "Tienes que ir tú por la mañana a recogerlos y hablar con su madre".

Amanece un nuevo día. De nervios, macutos y maletas que encierran más ropa y previsiones de lo que es necesario para dos días, pero que reflejan los nervios y el cariño y la ilusión depositados.

Toca cerrar detalles y hay que distribuir tareas: no puedo ir a El Cerrillo para convencer a los padres y le toca a Isa con otra monitora.

Isa entra de forma súbita en el despacho y cierra a su espalda... Los ojos enrojecidos y encharcados en lágrimas... No me hace falta explicación... Giovanna no viene. Los padres dormían y no hubo forma de negociar con ellos. La despedida son los llantos de la niña desde dentro de la casa.

En pocos minutos recupera la compostura. Lo entiende. Sabe que no dejan de ser dos días, pero se rebela por la carga simbólica: una niña privada del regalo más extraordinario del año, la injusticia plasmada en oportunidades que pasan...

Un abrazo y un beso. Seguimos. Es así. Hay que cargar autocares. La actividad tiene que seguir su marcha...

Colocados los niños y repletos los maleteros salen los autocares...

En un trayecto como el de esta mañana, unos veinte minutos sí le recupero al autobús con la furgoneta... Queda un útimo cartucho...

Tuve la inmensa suerte de convivir cinco años con los gitanos en Burgos. Y me eduqué en lo mejor de su cultura, en el esfuerzo de salir de la mía para disfrutar la suya, y en el carácter crítico ante lo que no es de recibo en sus costumbres. 

Algo de su lenguaje queda en la memoria... Para empezar, entender que los horarios de un emplazamiento chabolista no son los de Herrera o Alsina. Son las 11.30, quizá tenga más suerte...

En una casa gitana hay que respetar al padre pero ganarse a la madre, que es la que manda. Unos minutos de negociación... Transmitir cierta seguridad, la promesa de devolverla si la niña no se adapta, y un móvil de contacto... No dejan de ser 6 años y una madre es una madre en cualquiera de las culturas...

Hemos tenido suerte, Giovanna viene al Molinillo. Los 30 minutos de viaje se convierten en una auditoría ilusionada de una niña que ya disfruta con lo que le espera... "Sí, Giovanna, hay camas ¡y son literas! Luego te explico en directo lo que es eso pero te va a encantar"; "No, no hemos llegado aún, eso es una gasolinera"; "No hay piscina pequeña, pero no te preocupes porque te vas a bañar abrazada a un monitor para no hundirte"; "Claro que hay lavabos, y servicios y no te preocupes por los animales que hay en la finca: son pavos reales preciosos y unos burritos, ya te explicaré qué es un pavo real...".

Y la auditoría se interrumpe constatando la inteligencia de una niña que conoce a su madre. Mediado el viaje, con mirada serena sentencia con severidad: "Josema, no voy a llorar en El Molinillo, me quiero quedar allí". Es la palabra de una niña gitana y me la tomo muy en serio.

Los últimos trescientos metros cierran la auditoría para dar paso a la alegría y Giovanna, simplemente, grita ¡Isa! ¡Isa! ¡Isa! ... como si pudiera acortar así las distancias...

Llegados a la finca Isa me busca con la mirada, intuyendo que quizá encontré un último cartucho. Incrédula ante mis palabras de engaño se dirige hacia la furgoneta para constatar que El Molinillo será un regalo impagable para la niña...

El sábado, en la despedida, volverán las lágrimas. Serán de despedida y las intuyo desgarradas. Pero qué no daría yo por contemplarte, aunque fuera un solo instante... Cuando no dos días o 52 minutos.

Pd. Hago firme promesa de vivir como nuevos los instantes que, por costumbre y cotidianidad, pueden acabar difuminando su valor. De disfrutarlos como si para alcanzarlos hubiera que hacer tantos esfuerzos como los de estos días.



Comentarios

  1. Buenas noches. Josema te pedimos por favor que sigas "viviendo como nuevos los instantes que, por costumbre pueden acabar difuminando su valor......"
    Eres nuestros ojos, nuestros oídos, nuestros sentidos en la distancia.
    Gracias a tus crónicas, somos capaces de , no sólo intuir, sino llegar a vivir un poquito, las emociones, sentimientos y frustraciones de nuestros hijos.

    Y a imaginar la intensidad de los días en linares.

    Un beso muy fuerte para todos
    Natalia Pérez Villena
    Ricardo Domínguez Martín

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